Rancho Las Voces: Caricatura / Entrevista a Rogelio Naranjo
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martes, enero 08, 2013

Caricatura / Entrevista a Rogelio Naranjo

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El caricaturista mexicano.  (Foto: Adrián Hernández)

C iudad Juárez, Chihuahua. 7 de enero de 2013. (RanchoNEWS).- «Si volviera a nacer o estuviera en una edad en la que tuviera que decidir, seguramente que yo iba a meter la pata en el mismo hoyo» dice, y se ríe Rogelio Naranjo, sentado frente a la mesa de trabajo donde, con una generosa luz, con la compañía del jazz o del piano de Arvo Pärt y la fotografía del rostro de su pequeña Alina, más algunos libros, plumillas, tinta china y cuadernos de papel Fabriano se sienta a dibujar casi a diario. Y lo hace tan pausadamente como se lo permite la «tembladera familiar» que ha tenido casi toda la vida, los cada vez más severos problemas de visión, su propio trabajar pausado que él mismo compara con la rutina de los dibujantes de una abadía medieval. Una entrevista de Sonia Sierra para El Universal:

Acaba de terminar para Naranjo un año que estuvo marcado por algunas «citas» celebratorias y otras tan intensas como difíciles: la preparación de la exposición Vivir en la raya. El arte de Rogelio Naranjo que, si no hay cambios de agenda, se abre el 24 de enero en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco; una desgastante hospitalización de varias semanas en octubre pasado; su cumpleaños 75 el 3 de diciembre, y la cotidiana presencia de Alina (su nombre es un homenaje a Pärt, autor de Für Alina –Para Alina–).

Vivir en la raya. El arte de Rogelio Naranjo, con curaduría de la periodista Angélica Abelleyra y de la historiadora Aurea Ruiz (de Fondos Reservados del Centro Cultural Universitario Tlatelolco), incluye más de 500 piezas, entre dibujos originales, carteles, revistas, un abecedario en madera, pinturas, grabados.

Comprende facetas también muy diversas, desde la del cartonista político –sin duda la más conocida por el público–, hasta los retratos, los dibujos eróticos, los carteles e ilustraciones. Buena parte del material que se expondrá viene del acervo de más de 10 mil 300 piezas donado por el propio Naranjo a la UNAM en 2011.

Son más de 46 años de trabajo, un homenaje a uno de los más leídos caricaturistas políticos, colaborador de El Universal y de la revista Proceso, y anteriormente de medios impresos como Siempre!, Sucesos para todos, Oposición, Excélsior, El Día y Garrapata, la revista que nació después del trágico 2 de octubre de 1968, de la mano de Eduardo del Río Rius, Helioflores y Emilio Abdalá.

El propósito es revelar otras facetas menos conocidas, los intentos de hacer historieta, los libros para niños que hizo para la SEP y sobre todo la obra artística; Naranjo –que estudió Artes Plásticas de la Escuela Popular de Bellas Artes, de San Nicolás de Hidalgo, Michoacán– aclara que no se siente artista frustrado.

«Si algo tengo de orgullo es que entré sin conocer lo que era la caricatura política o el humor y me adapté rápidamente, eso es por lo que siento mayor orgullo, estoy satisfecho por lo que he dibujando; he tenido tantas satisfacciones durante el tiempo que tengo haciendo caricatura para periódicos... que estoy feliz. Yo me muero tranquilo en cualquier momento... no perdí el tiempo, viví lo que debía de vivir, incluso los vicios que haya agarrado –fumar y todo eso– no siento que fueran por debilidad, sino que también eso lo probé.

Nunca he probado mota –un día que me invite Gael a lo mejor empiezo, pero ya va a ser tarde para mí por la edad–. En fin, siento que no encontraría de qué arrepentirme o qué debí de haber hecho para que fuera mejor mi trabajo. Lo que salió, salió y me tiene contento».

Las herencias

Rogelio Naranjo ha construido una crónica visual del país, donde se pueden rastrear a sus protagonistas, los momentos de dolor y a la víctima de siempre que es el pueblo. Si causa risa con esos espejos no es porque se lo proponga, a menudo cree que sus dibujos no van a causar gracia pues están hechos con ese «coctel amargo de puro vinagre» tan mexicano como el mezcal, y sin embargo los que captan eso se mueren de a risa y no porque haya humor sino ironía: «A mí no me sale el humor a borbotones, me sale la ironía. En mi familia no había caricaturistas más que yo, y no sé de dónde me vino a mí esa manera de ver las cosas, creo que lo más cercano era mi madre, curiosamente, que era muy católica, muy cercana a la iglesia, de ir a diario y esas cosas, pero tenía una ironía especial. Si trato de echarle la culpa a alguien de mi manera de burlarme de las cosas serias se lo tendría que achacar a ella. Mi papá era pintor aficionado, un dibujante de arquitectura, de estampas arquitectónicas. Tenía un abuelo que era panadero y siempre le gustó la música; tenía su piano».

Sin embargo, Naranjo no toca ningún instrumento: «ni en las puertas». En Peribán , Michoacán, donde nació en 1937, hizo sus primeros dibujos a los ocho años más o menos; a los 12 comenzó a hacer caricaturas, a los 17 años se fue a vivir a Los Mochis, donde fue maestro de dibujo en una escuela rural; años más tarde volvería a ser maestro de dibujo en Veracruz.

Lo que aprendió en la escuela fue fundamental: «Me dio la constancia para dibujar y me dio el respeto para todo lo que es creación, aprendí de arte en general. Aprendía uno y sabía que, con el tiempo, a lo mejor llegaba a ser de profesión artista o pintor o caricaturista. En ese entonces lo veía tan lejano, pero al mismo tiempo tan presente; decía ‘si no lo hago en esto, ya no lo hice en nada'. No me interesaba otra cosa, quería dibujar, pintar, con toda la seriedad del mundo; con el tiempo parece que escogí muy bien».

Llegó a la ciudad de México a los 25 años aproximadamente e inició la creación de caricatura de manera profesional; dibujó murales en la sala de Etnografía del Museo Nacional de Antropología, publicó cartones en periódicos a partir de 1965, realizó su primera exposición de dibujo y pintura, creó piezas de platería, abanderó proyectos como La Garrapata e incluso dio vida a Nonoalco Tlateloco, uno de sus escasos intentos por hacer historieta que, reconoce, es lo único que no le agrada de la caricatura.

«Yo jamás habría pasado un test de los que se usan actualmente para ver la vocación de los chavos, cuando están terminando la primaria o la secundaria; en mi caso, yo dije ‘voy a ser caricaturista, voy a hacer caricaturas'. Una profesión como ésta lo deja a uno muy bien con su propia conciencia. Con todo lo que sea creativo no hay dudas de que uno escogió muy bien, porque aprende uno a tenerle un amor a la profesión, yo pienso que no me equivoqué».

La política

¿Ve su trabajo como una crónica visual de la historia del país?

Lo vea yo o no, eso es. Una crónica visual. Ha aparecido en algunos de los libros que he publicado, que son como 14 o 15; algunos muy voluminosos como Los presidentes en su tinta. Casi todo lo mío son libros que son colecciones de trabajo que se refieren a aspectos de la política; en Me van a extrañar, sobre el gobierno de Fox, hay mucho de lo que él hizo en su sexenio. Yo no hice separación de ningún presidente para decir ‘a éste no lo toco'; están todos, y ya sabemos que México no es de los países donde hay una mayor libertad de prensa. Creo que algunos periodistas de diferentes especialidades nos hemos ganado un poquito el reconocimiento de los lectores llevando puntualmente lo que está ocurriendo en México; en este caso, haciéndolo de una manera humorística es la mejor manera de entregar un trabajo que finalmente deja un sabor optimista por la ironía que existe y por las carcajadas que a veces se logren sacarle a la gente.

¿Ha tomado un presidente el teléfono para llamarlo? ¿Llaman a las direcciones de los medios?

Eso sí lo han hecho, llamar a la dirección, o se han enojado, el caso de Miguel de la Madrid que aventó la revista Proceso cuando tenía que dar su informe de gobierno; pidió que le llevaran la revista y, cuando vio mi dibujo, la aventó. Me lo dijo una persona que fue testigo presencial.

Ha habido todo tipo de experiencias y situaciones que van desde lo chusco hasta lo dramático; la gente en el poder tiene todo tipo de respuestas: algunos lo toman con cierta filosofía y no les molesta, pero hay quienes parece que son menos vulnerables y resulta que pierden los estribos. Hay quienes se enfrentan con el trabajo mío y les hago de menos titubear un poco.

¿Usted cómo se ve?

Simplemente tengo que, de alguna manera, justificar la nobleza del trabajo de un periodista, y yo me considero uno, en eso no vamos a transigir para nada, y si no lo he hecho con jefes de redacción o con directores de periódicos menos lo voy a hacer con políticos. Ellos, los políticos que se sienten como que se le pasó a uno la mano en contra de ellos, debían pensar en el trabajo de los periodistas, de los reporteros gráficos, de los redactores, también se la juegan para que su trabajo lleve cierto nivel, cierta dignidad.

¿Cuándo cambiaron las cosas para el periodismo?

Justamente cuando cambiaron para la política. En ese tiempo no había en el país, y parece que estuviera hablando de hace 200 ó 300 años y apenas era a mediados del siglo pasado, no había un ayuntamiento en toda la República mexicana gobernado por ningún partido de oposición, todos eran gobernados por el PRI. Hemos avanzado en el sentido de que se han conseguido algunos pequeños logros, ya de repente empezaron a salir los gobernadores y ahora ya hay hasta cierta oposición en las Cámaras, pero hace 50 ó 60 años no había nada. A lo más que aspiraba uno era a hacer un trabajo como el que yo hice o como el que ha hecho Rius o como el que han hecho algunas otras personas en el periodismo.

Es ‘la cárcel y un macanazo, unos golpes', mínimo como hacían con Rius, que cuando iba a dar una conferencia siempre le pagaban a dos guaruras para reportar lo que él hiciera, y ellos tenían el cinismo de sentarse con él en los camiones y él les iba platicando y los mantenía muertos de risa.

¿Le pasó algo así?

No, porque nunca fui famoso como Rius. Yo empecé a surgir como un voto de confianza de la opinión pública que decidió que mi trabajo también servía, y avalado por algunos intelectuales de mucho peso.

El trabajo suyo tiene dos distintivos: dibujo y la posibilidad de hacer reír. ¿Lo siente diferente del resto del periodismo?

Siempre me he considerado un caricaturista que no hace reír sino llorar a la gente por las situaciones tan dramáticas en que se da la política aquí en México y todas las funciones de gobierno, siempre con una víctima, que es el pueblo. Cuando hago esos dibujos digo «no voy a hacer reír a nadie con estas cosas», pero la gente de repente capta la ironía y se muere de la risa.

El erotismo y la amistad

La creación de un calendario erótico a comienzos de los años 70 le dio a Naranjo no sólo la posibilidad de exponer y de que se vendieran esas imágenes, también lo llevó a conocer y formar una de las amistades y mancuernas de trabajo más importantes de su vida: con Carlos Monsiváis, quien con Naranjo fue «una especie de acicate permanente».

Durante 14 años en el suplemento La cultura en México, que dirigía Monsiváis en la revista Siempre, Naranjo creó retratos de grandes artistas, escritores y hombres de la cultura. Se trata, recuerda hoy, de «un juego de espejos».

«Es otra cosa que le debo a Carlos: el intento de dominar un oficio y no echarse para atrás y con toda la disciplina de entrega tal día, a tal hora, en tal parte, y yo en ese tiempo no tenía coche, iba en camión, en Metro, a la imprenta, en lugares lejísimos».

¿Qué escucha cuando está dibujando?

Mucho jazz. Pero cuando me pongo así, muy profundo, escucho a Arvo Pärt, él estuvo en el Palacio de Bellas Artes y yo tenía mi boleto para ir al concierto, pero me tuve que pasar ese día en una sala de hospital, en el Hospital General. Para mí es un compositor que enriqueció el arte de la música moderna, tal vez podría ser comparable con músicos como Bela Bartok o Stravinsky, que dieron una forma diferente a la música.

El caso de Arvo Pärt es muy curioso porque su obra es muy mística, casi religiosa, yo diría que no están dando una segunda versión de la Edad Media de los conventos, donde estaban los monjes. Yo sentía una especie de nostalgia sin haber vivido eso, sentía como que ahí era mi lugar, una abadía donde yo podía irme a dibujar, desde cuando se despierta uno, donde hay gentes dedicadas ahí a hacer de comer, le dan de comer a los dibujantes, luego entrar al refectorio, o quién sabe cómo se llamaba, donde están todos los monjes dibujando, dibujando, haciendo probablemente capitulares que son tan hermosas en la Edad Media, y dibujos al estilo románico, de monstruos, diablos. Todo eso me fascinó, todo eso se me viene a la cabeza cada vez que oigo la música de Arvo Pärt; tiene algunas cosas de una sutileza y de una exquisitez como la obra de piano Para Alina, y yo escogí ponerle a mi hija el nombre de Alina por esa pieza musical, me conmueve y me escarba en lo más profundo de mi ser.

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