Rancho Las Voces: Literatura / Entrevista a Martín Rejtman
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lunes, enero 14, 2013

Literatura / Entrevista a Martín Rejtman

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El escritor, guionista y director de cine argentino.  (Foto: Rafael Yohai)

C iudad Juárez, Chihuahua. 14 de enero de 2013. (RanchoNEWS).- Más allá del trillado minimalismo, el sello del escritor y cineasta –que acaba de publicar Tres cuentos y en pocos meses comenzará el rodaje de su próxima película, Dos disparos– es la cuestión del lugar desde el que se percibe y se construye el mundo. Una entrevista de Silvina Friera para Página/12:

El encanto del corto aliento es un árbol que a veces se ramifica. Y crece demasiado. ¿Quién estableció que un relato no puede tener más de cien páginas? El interrogante flota en el aire en el preciso instante en que Martín Rejtman alza apenas los hombros como si la respuesta no necesitara de la materia verbal y con sólo un gesto pudiera afirmar que hay asuntos, combustible inflamable para teóricos y especialistas, que no tienen importancia en la creación. En el impredecible combate cuerpo a cuerpo con las historias de su último libro, Tres cuentos (Mondadori), la precisión tan segura y quirúrgica, ese afán de ir al hueso y ensayar al mismo tiempo con la longitud, detiene el tiempo a medida que avanza la narración. O lo desplaza hacia otra dimensión, en la que apenas es percibido de soslayo. Hay pensamientos que se resisten a partir de la lectura de «Este-Oeste», «Eliana Goldstein» y «El diablo». Más allá del trillado minimalismo, el sello Rejtman, lo que pone en el asador literario y fílmico –a meses de comenzar el rodaje de su próxima película, Dos disparos–, es la cuestión del lugar desde el que se percibe y construye el mundo.

Rejtman suele metabolizar experiencias aparentemente incompatibles entre sí, pero que prefiere mezclar sin ningún pavoneo narcisista. «Lo que hice fue no estar donde estaba todo el mundo. A veces hace falta ponerse en otro lado; no más que eso. No estaba en la academia, no estaba en el mundo literario, no estaba en ninguno de esos lugares. Estaba en otra parte. Lo mismo pasó en el cine», plantea el escritor y cineasta en la entrevista con Página/12.

Se dice de sus personajes que no son reflexivos, que no tienen muchos pensamientos. Sin embargo, en el primer cuento, «Este-Oeste», hay varias ideas diseminadas. «El gesto más desafiante de la clase alta latinoamericana es lo teutónico. Ahí está la quintaescencia del nazismo, el último resto de aristocracia que no pudo democratizar la política de posguerra», podría ser un ejemplo.

Es un pensamiento, sí. Es un chico de colegio secundario que está intelectualizando el mundo. Muchas veces digo que mis personajes no piensan sobre sí mismos, más que no pensar sobre el mundo. Es cierto que no piensan mucho sobre el mundo, aunque hay excepciones. También es un personaje que no es protagónico, que aparece cada tanto y dice algunas de estas opiniones. Mis personajes son muy poco autorreflexivos, más bien se dejan llevar por las situaciones. Están disponibles a lo que pueda suceder.

Quizás entonces lo que rige es el azar...

No sé... ¿qué es el azar? Si te ponés a pensar, todo es azar. Todo lo que no está escrito, calculado, planificado, es azar. No tengo una grilla, no sé cuál va a ser el final del cuento, no sé hacia dónde van los personajes. En este sentido, hay azar porque no hay planificación.

En ese primer cuento, para ilustrar la cuestión del azar, se comienza haciendo foco en Lara y su padre para terminar con Esteban en Estados Unidos.

La búsqueda de Lara la lleva a otros lugares, algo que nos pasa a todos. Aunque la planificación existe, el azar la modifica. Me parece bien dejarse modificar por las circunstancias. En esa tensión entre dejarse modificar y decidir es que uno vive. En el cuento empezamos con Lara y su padre, después seguimos con Lara y Esteban, de quien Lara quedó embarazada, pero él no lo sabe. La segunda parte del cuento es Esteban en Estados Unidos, en la costa Este y Oeste.

¿A Esteban le atribuyó experiencias parecidas a las que vivió usted en una residencia para escritores en Estados Unidos?

Sí, probablemente debo haber hecho mucho de lo que hicieron los personajes. Obviamente es un libro que se nutre de mi experiencia, pero transformada, porque nunca quemé una cabaña y hay un montón de cosas que no hice. Todo es y no es autobiográfico, si querés. Yo trabajo mucho con la experiencia, tomo nota sobre cosas que me pasan y veo. A todo le doy el mismo valor y se va mezclando y así voy armando los cuentos, usando esos elementos como mojones dentro de la trayectoria del relato. «Este-Oeste» lo empecé a escribir en una residencia que queda en la Costa Oeste norteamericana. Ahí estuve dos meses; escribí el cuento y terminé el guión de la película que voy a filmar, Dos disparos. Las residencias son superproductivas: trabajo muchísimo y no me distraigo con nada. Acá me cuesta mucho más...

¿Qué cosas distraen acá?

¡Todo me distrae! Uno se arma una vida y la vida te distrae (risas). Cuando vas a una residencia, ponés en suspenso tu vida cotidiana y lo único que hacés es dedicarte a producir. Tampoco podría hacerlo todo el año porque es un poco claustrofóbico el ambiente de esos lugares, pero para escribir es ideal.

Resulta interesante detenerse en lo que dicen los personajes para ver si es posible ir más allá del terreno de la ficción. «Estoy en contra del parentesco. Debería existir el libre albedrío, la libre elección. Nacer, dejarse guiar por el instinto y elegir tus propios parientes», se lee en el primer cuento. Como cineasta y escritor, ¿arma sus propios parentescos?

No lo había pensado, pero creo que sí. La gran ventaja del arte es que uno arma su propia familia. Cuando se habla de mí, tanto en cine como en literatura, se dice que escapé a la tradición. O que no dialogo. Puede ser... Yo armo mi propia familia y elijo quién es mi padre, mi tío, mi primo. Es un privilegio al que no veo por qué tendría que renunciar. Igualmente me parece discutible la afirmación de que «no dialogo con ninguna tradición» porque el no dialogar es una forma de diálogo indirecto.

Daría la impresión de que con Borges dialoga, ¿no?

Borges es un escritor que todos leímos. Y que nos afectó para bien o para mal. La última vez que lo releí fue hace ocho o nueve años. Estaba en el campo, hacía mucho calor, era Año Nuevo. Lo sufrí tanto que me prometí no volver a leerlo por un tiempo largo. Me produjo una sensación de angustia, cuando la literatura no me angustia. No sé si habrá sido la mezcla entre el campo, el calor y el Año Nuevo, que siempre es un momento raro. Leer a Borges en esas circunstancias me hizo mal. Lo que no tengo es una relación con la academia o con otros escritores. No participo del mundo de la literatura porque el ambiente y el medio en que me muevo es el cine. Siempre aparezco como un escritor un poco marginal. O como un invitado, alguien que hace pie, cada tanto, en un medio que le es ajeno. Pero sin duda hago literatura porque publico libros. Es un lugar raro para mí y siento que me ven de una manera rara.

Algo de esa rareza aparece en un momento del segundo cuento: «El mundo literario me resultaba tan ajeno como los programas de chismes de televisión». ¿Esa incomodidad se la transfiere a los personajes?

Sí, puede ser. Cuando publiqué Literatura y otros cuentos, en las críticas se hablaba del cuento «Literatura», donde el personaje escribía cuentos. Los cuentos que él escribía eran bastante parecidos a los que escribo yo, y una novia le hacía determinadas críticas. A veces juego un poco con esto porque sé que va a salir y prefiero hacerlo explícito antes que borrarme del problema (risas).

¿Es un problema su lugar en la literatura?

El lugar siempre es un problema, el lugar que uno ocupa en la literatura, en el cine; el lugar desde donde narrás es «el» problema. No en el sentido de peso o carga sino un problema en resolución constante. Es el desafío con que me encuentro cada vez que tengo que escribir algo. El otro día me dijeron en chiste que los escritores deberían escribir nada más que con la imaginación y no usar la experiencia. Pero mi forma de trabajar va completamente en contra de esto.

El desconcierto y la perplejidad de sus personajes, ¿reflejaron el estado de ánimo de una generación o de un momento, el de los años ’90?

No lo sé, yo seguí escribiendo más allá de los ’90. El tema soy yo, no la época o la edad. Quedó confirmado: es mi visión, no tengo escapatoria (risas). Uno cambia, pero no cambia tanto a lo largo del tiempo. Cuando hablaba de lo autobiográfico, no me refería a tomar un hecho o una anécdota literalmente sino a cierta manera de estar en el mundo que es compartida entre los personajes y yo. Esa perplejidad la puedo tener yo también. Antes que perplejidad, prefiero llamarla disponibilidad. Hay cierta intersección entre los narradores y yo. Por eso aparecen esas frases que podría compartir. Y otras veces, no; es exactamente lo contrario de lo que pienso. Cuando pongo esas frases, siento que hay algún tipo de intervención.

«Las reglas están hechas para romperlas; estos protocolos no son más que estupideces», podría ser una de esas frases, pensada para poner en duda qué es un cuento o una novela.

Yo no tengo claro los protocolos, la cantidad de páginas que tendría que tener un cuento o una novela. Sé que escribo cuentos y que nunca voy a escribir una novela. Como para mí son cuentos, me gusta que haya cierto desconcierto ante el hecho de encontrarse con cuentos de casi cien páginas. Y quizás, en algún punto, el título del libro pueda sonar como una provocación.

¿Nunca va a escribir una novela?

Creo que no. Hay algo del corto aliento del cuento que me gusta. La idea de largo aliento la dejo para las películas. En los cuentos me gusta tener la libertad de poder frenar cuando quiero. En una novela no tendría esa libertad. Por eso digo que siempre voy a escribir cuentos porque quiero tener esa libertad. Algún día me puedo extender y escribir un cuento de 300 páginas, sería el cuento más largo del mundo.

En el cine, ¿«romper las reglas» es más fácil o más difícil que en la literatura?


Es más difícil porque necesitás una estructura de producción y porque hay otras personas y medios de financiación en juego. El cine es más difícil que la literatura, por lo menos para mí. Pero mi intención nunca fue romper las reglas. Ni en la literatura, ni en el cine.

¿Por qué en sus relatos aparece una forma de comicidad que sucede a pesar de los personajes?

Es lo que nos pasa a todos: nadie quiere ser gracioso, pero terminás en situaciones donde alguien se ríe de vos. Pero no me gustan los personajes que se hacen los graciosos. Recuerdo que Howard Hawks fue al set de rodaje de ¿Qué pasa doctor?, de Peter Bogdanovich, con Barbra Streisand y Ryan O’Neal, una remake de una película que había hecho Hawks en los años ’30, Bringing up Baby, una comedia genial con Gary Grant y Katharine Hepburn, una de las mejores comedias de la historia del cine. Vio el material con Bogdanovich y le dijo que el problema era que los actores se hacían los graciosos; que en una comedia los actores deben ser serios. Me parece que es una frase clave. En el momento en que los actores se hacen los graciosos, todo se convierte en un grotesco. En la literatura es igual.

¿Qué pasa con las vidas imaginadas o deseadas que no se viven, un tema que irrumpe en el final de uno de los cuentos?

Todos estamos sujetos a las posibilidades que no vivimos. Existe esa frustración o ese fantasma constante. Vivir es cómo lidiar con lo que podrías haber sido, cuánta importancia le das a eso, cómo aceptás esos fantasmas. Finalmente, la vida que uno tiene por toda una vida siempre va a ser un plomo porque no tenés la posibilidad de ir y venir.

¿Le hubiera gustado ser artista plástico y terminó escribiendo, como uno de los personajes de sus cuentos?

Fui a un taller de pintura y estudié música. Cine estudié, pero literatura jamás. Podés escribir y filmar en el cine, pero después estás un montón de tiempo sin hacer nada. Yo quería seguir escribiendo y me puse a escribir cuentos. Los cuentos de Rapado están en tercera persona y en presente, describiendo acciones, como en los guiones de cine. Mi taller literario fue el cine, sin duda.

¿Tiene cuadros pintados?

Sí, pero están metidos en una caja... Son una porquería. En ese momento me gustaba tener una formación amplia, por eso también estudié música, flauta dulce y traversa. No sabía bien qué quería ser. En el arte todo está muy compartimentado y no quería quedarme sólo con la pintura, el cine, la literatura. Exploré todos esos campos que me fueron abriendo a otras maneras de ver. ¡Me hiciste hablar un montón, no estoy acostumbrado! (risas).

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