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miércoles, agosto 20, 2014

Literatura / Entrevista José María Merino

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El escritor y académico coruñés, que imparte desde hoy un curso en la Universidad Menéndez Pelayo, regresa en septiembre con La trama oculta. (Foto: Antonio Heredia)

C iudad Juárez, Chihuahua. 18 de agosto de 2014. (RanchoNEWS).- Lo penúltimo fue una novela, así que, ahora, tocaba un volumen de cuentos: «Para mí [volver al cuento] es como reencontrarme con un espacio familiar y especialmente querido», dice José María Merino (La Coruña, 1941), que publicará este septiembre una nueva colección de relatos titulada La trama oculta (Páginas de Espuma) y que hoy comienza un curso en la Universidad Menéndez Pelayo de santander. Una entrevista de Alberto Gordo para El Cultural:

En la compilación de historias cortas busca el también académico de la lengua componer un fresco, dice, de todas sus «modalidades cuentísticas». Así, hay cuentos realistas, fantásticos (e incluso futuristas) y, por último, microcuentos, muchos de ellos bajo el denominador común de una búsqueda que ha de ser, explica el escritor, la de la propia literatura: una exploración de lo que hay (porque siempre lo hay) bajo la superficie de los hechos: «El papel de la literatura es descifrarnos, o revelarnos o, como poco, hacernos sospechar lo que a primera vista no es visible, lo que no está en la apariencia más roma o más externa de las cosas».

¿Que ha de tener un cuento para que funcione?

Yo siempre digo que el cuento es una iluminación mientras que la novela es un proceso de exploración. La exploración, en la novela, te puede llevar por muchos derroteros, te puedes incluso equivocar... el cuento, sin embargo, tiene que ser preciso, conciso. Eso es lo fundamental, y es lo que hace del género algo muy satisfactorio.

¿Y un microrrelato?

El microrrelato es el colmo de la síntesis expresiva. Y no es de ningún modo el resumen de un cuento. Es otra cosa distinta. Es una idea narrativa que se desarrolla en poquísimo espacio. Y eso tiene sus complicaciones. Del mismo modo que distingo si una idea tiene aire de novela o aire de cuento, también distingo cuándo es un minicuento, y suele ocurrir que, cuando es así, la historia no se puede contar de otra manera.

¿Lo sabe en cuanto le llega la idea?

Por lo general, sí. Aunque alguna vez me ha ocurrido que he dejado cuentos arrumbados en un cajón porque yo creía que eran novelas y luego descubría que eran relatos, como me pasó con El lugar sin culpa. Aquello era una novela corta, pero no era una novela al uso, como yo pensaba. Quiero decir que, aunque se haga la distinción en el momento de la idea, a veces te puedes equivocar.

El volumen presenta una gran heterogeneidad: hay diversos enfoques, distintos puntos de vista, distintos tipos de narradores... ¿Se siente más libre cuando escribe narrativa breve?

El cuento es un género que permite mucha investigación. Y esto se debe a algo tan simple como la brevedad. Se debe a que el cuento no es, digamos, un matrimonio para toda la vida. Es una breve e intensa relación, y eso te permite hacer muchas pruebas. En esta colección hay cuentos humorísticos, grotescos, fantásticos... porque, efectivamente, el cuento tiene esa ductilidad, esa versatilidad. Para eso es estupendo.

Vuelve, como dice, a los cuentos fantásticos, que es un género que siempre le ha gustado mucho...

Sí... yo creo que el cuento fantástico al final es, por encima de todo, una mirada. Al menos así lo veo yo. Es la realidad vista con otra mirada. A mí la realidad me gusta verla con cierta extrañeza; y en lo fantástico esa extrañeza está llevada al límite, y tiene también que ver con lo lírico, con el mundo del sueño, que es tan real como la vigilia. Esos elementos misteriosos me interesan mucho.

Los libros de relatos tradicionalmente no se venden demasiado bien. ¿A qué cree que se debe?

Una vez, en una feria de libro en la que estaba firmando, una persona se acercó a comprar un libro mío, lo hojeó y dijo: «¡Ah, son cuentos!», y lo dejó donde estaba, como si hubiera perdido, de repente, el interés. Entonces yo le pregunté: «¿No le gustan los cuentos; pero ningún cuento?». Y su contestación fue: «No es que no me gusten, es que se acaban enseguida». Esa idea creo que está en la raíz de lo que comenta. En el cuento el lector tiene que colaborar y prestar una atención especial, por lo que tiene de síntesis. El lector mayoritario prefiere la novela porque le gusta que le repitan veinte veces las cosas y que, si pierde el hilo, no tenga que hacer ningún esfuerzo para retomarlo. Esa es la razón de que el cuento sea minoritario.

¿Qué cuentistas figuran en su canon personal?

Hay cuatro que para mí son fundamentales: Maupassant, Chejov, Clarín y Poe. Son los cuatro que a mí me hicieron entrar en el cuento literario. Yo empecé a leer a estos cuentistas muy joven; descubrí a Poe, a Chéjov, que sigue siendo para mí ejemplar... y luego también, a un nivel muy parecido, tengo a Ignacio Aldecoa, a Cheever... en fin, no terminaría nunca. Pero ya le digo: esos cuatro que he mencionado son, se podría decir, los fundadores de mi vocación y los fundadores, también, del cuento moderno. A Clarín se le valora mucho por La Regenta, que está muy bien, pero a mí me parece mejor cuentista que novelista. Sus novelas cortas, como Doña Berta, son verdaderamente magistrales. Y luego Poe, que es el padre más que de lo fantástico del modo moderno de escribir los cuentos. Además, no hay que olvidar la tradición española del cuento, riquísima ya desde Cervantes, que se inventa un género con las Novelas Ejemplares. En España, tenemos excelentes cuentistas; no sé: Merdardo Fraile, el citado Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Wenceslao Fernández Florez, Gómez de la Serna, Max Aub. Pero bueno, me temo que aquí hemos perdido la batalla: los jóvenes leen a todos los americanos, y algunos de ellos son fantásticos, pero, eso sí, la mayoría no va a leer nunca un cuento de Baroja.

Otro tema recurrente en esta colección es el arte. En algunos cuentos, como La mirada de Flora, la reflexión sobre una obra es el desencadenante de la historia.

Yo he amado siempre mucho la pintura y la música. La obra que inspira ese cuento [Lucrecia de Borgia, de Bartolomeo Véneto] siempre me ha parecido muy sugerente, creo que es un cuadro que sigue fresco pese al paso de los años, y lanza todavía un mensaje muy poderoso sobre lo efímero de la existencia.

La memoria de la infancia, los lugares donde se crió son lugares también habituales de su narrativa...

La memoria es el sostén de lo que somos, de eso no hay duda. El día en que perdemos la memoria nos convertimos en personas distintas. No hay nada peor que la amnesia. Recuperar todos esos espacios y situaciones a través de la literatura es, para mí, una manera de volver a vivir lo ya vivido.

Como escritor y miembro de la RAE, muestra una gran preocupación por el lenguaje: se ve claramente un interés porque sea pulcro, preciso. ¿Cree que es necesario reivindicar ese uso de la lengua, pues vivimos una época de empobrecimiento?

Sí, estoy convencido. Yo creo que estamos perdiendo léxico a una velocidad preocupante. Que aceptamos, por ejemplo, de una forma además gratuita, los anglicismos, aunque sea ese un gran idioma, con una gran literatura. En mi barrio, hasta las peluquerías ya tienen nombres en inglés. Me parece algo pavoroso.

¿Nota también ese empobrecimiento de la lengua en la literatura de hoy?

Pues sí y no... En el mundo del cuento sí creo que los jóvenes están escribiendo cosas muy interesantes. Todos tienen en común, además, una cierta deslocalización. Últimamente he leído un par de antologías de jóvenes y la mayoría transcurren en lugares como la India, en EE.UU.... pero sí: creo que en la escritura sí que se está manteniendo una corrección formal que no se da en la oralidad.

¿Y qué opina de esa deslocalización?

Yo no lo veo mal, claro. Otra cosa es que yo, en mi obra, tienda siempre a irme a lugares conocidos, cercanos a mi realidad, a mi país, a mi lengua... yo esa deslocalización que, repito, es interesante, no puedo sentirla cercana a mi literatura.

¿Cree que vivimos tiempos de superficialidad? ¿Que al cambiar los hábitos de lectura -como, por ejemplo, hace internet- la literatura, por su largo aliento, pierde interés?

Eso ocurre, claro, y es una verdadera pena; lo de internet me parece una parábola siniestra de nuestra cultura: cómo teniendo más medios tecnológicos que nunca para conocer la realidad, para acceder al conocimiento, hacemos de ello un uso absolutamente banal y estúpido.


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