Rancho Las Voces: Cine / Francia: Cannes arrancó con «Café society» de Woody Allen
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miércoles, mayo 11, 2016

Cine / Francia: Cannes arrancó con «Café society» de Woody Allen

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El director, durante el «photocall» de Café Society. (Foto: Valery Hache)

C iudad Juárez, Chihuahua. 11 de mayo de 2016. (RanchoNEWS).- ¿La película más conscientemente judía de Woody Allen? ¿La más sosegada y melancólica reflexión sobre el hecho amoroso de su filmografía? Nos pongamos como nos pongamos, Allen, siempre Allen. Allen multiplicado por mil. A estas alturas, sentarse delante de una película de director neoyorquino es, más que nada, un ritual de reconocimiento; una liturgia si se quiere pagana. Uno va arrastrando los pies por la Croisette debajo de un cielo tristemente gris, entra al cine y, de repente, todo recobra su sitio, que no el sentido. No es necesariamente bueno. Como decía Godard de forma algo ampulosa en el arranque de El desprecio: «El cine sustituye nuestra mirada por un mundo más en armonía con nuestros deseos». No en balde, ésta es la película homenajeada en el cartel de la edición 69 del festival que nos asiste. Pues eso. Luis Martínez reporta desde Cannes para El Mundo.

Cannes arrancó y lo hizo de forma tan enfermizamente lánguida y lluviosa como el propio día. Café society, la que hace la película número 46 de su filmografía y la tercera que inaugura el festival, es por orden: a) un estudio lacónico, tal vez pesimista, de la pasión, b) un entregado homenaje al cine (otro más), c) una de las producciones más caras del realizador a cargo de Amazon (lo único que, de verdad, cambia), y d) una cálida reivindicación de Kristen Stewart en pantalones cortos (esto otro también es nuevo). Nada sorprende , porque nada puede hacerlo. Es así.

Dice el propio Allen que pensó la película como una novela; como un libro por el que desplegar los azares de una familia que crece. Y en el centro, la crónica sentimental de un hombre que aprende que «la vida es una comedia escrita por un sádico». La frase se escucha en el centro de la cinta y, a su modo, funciona como la única explicación posible de casi todo. Incluido el propio Woody Allen.  «Fíjense de qué nos reímos», comentó en la rueda de prensa, «y se darán cuenta por qué es así. Vemos una pelea en un matrimonio y puede resultar hasta gracioso. Y en el fondo es fundamentalmente triste. Casi todo lo que hace gracia acaba por ser trágico».

Sea como sea, Café Society, ambientada en el Hollywood de los años 30, pasea por la pantalla del espectador sin sobresaltos. De forma, digamos, adulta, controlada. «Bueno, tengo 80 años y me mantengo en forma. Mi madre alcanzó los 100», apunta a modo de explicación. Un joven (Jesse Eisenberg cerca del propio Allen) acude a Los Ángeles desde Nueva York para labrarse eso que genéricamente se llama futuro (las dos costas como metáfora de dos formas de entender el universo). Allí se enamorará de quien no debe. Siempre ocurre.

Lo que sigue es un calculado viaje entre la pasión y la cordura, entre la necesidad de obedecer al corazón o a lo otro (sea esto lo que sea), pero en ese medio tono en el que Allen hace ya tiempo que vive instalado y, a juzgar por los movimientos de las cejas tras las gafas, hasta feliz. Seduce la fotografía digital de Storaro tan extrañamente nítida como sugerentemente analógica. Gustan los chistes de judíos («No entiendo porque no tenemos un paraíso como los otros. Eso aumentaría la clientela»). Y, otra vez, resulta irrenunciable ese aire de familiaridad libre de prejuicios en el que flota toda la película.

Luego está lo otro. Es decir, el capítulo no tanto de la decepción como de lo cansino. Por supuesto, todo en Café Society es de una autoindulgencia que desarma; cada plano discurre por el camino más sencillo, cuando no simple. Y el permanente estado de anticlímax no queda claro si es un gesto de autor o simplemente producto de la vagancia. Privilegios, obviamente, de la edad y de, obviamente también, llamarse Woody Allen.  «A veces temo que me dé un infarto, me quede medio tonto y la gente diga de mí: 'Ése es el que hacía películas tan malas'», dice y, la verdad, no quedan fuerzas para discutir. Hace ya tiempo que las ruedas de prensa de Allen están incluso mejor que sus películas.

Cuenta Allen que él creció entre las mejores películas románticas de Hollywood. Añade que no le gusta competir porque en arte eso no tiene sentido ( «Es acaso mejor un Picasso de un Matisse», concluye). Y para el final deja su chiste más divertida y accidentalmente melancólico: «¿Cuál es la pregunta?», inquiere a su compañero de mesa tras escuchar con atención la elaborada cuestión de un periodista. «No tiene nada que ver con la formulación (se dirige al reportero). Pero tengo puestos los cascos que amplifican la voz sobre un audífono que hace lo mismo... Creo que, al final, no se pueden ni amplificar tanto las cosas. Todo tiene un límite». Y ahí lo deja. Allen y la melancolía.


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