Rancho Las Voces: Literatura / Entrevista a Cristina Rivera Garza
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martes, marzo 07, 2017

Literatura / Entrevista a Cristina Rivera Garza

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Cristina Rivera Garza. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 7 de marzo de 2017. (RanchoNEWS).-La escritora mexicana publica Había mucha neblina o humo o no sé qué (Random House), un libro viajero, entre la crónica, el cuento, el ensayo y el experimento visual, sobre la vida laboral de Juan Rulfo. Alberto Gordo la entrevista para El Cultural. 

Cristina Rivera Garza (Matamoros, Tamaulipas, 1964) ha vivido en el sur de California durante años, y ahora se muda Houston, Texas, para iniciar un programa de escritura creativa en español. «En los Estados Unidos de Trump esto no es algo menor», dice. Confiesa que después de las elecciones de noviembre se pasó unos días sin salir de casa, en la cama, incapaz de creer lo que habían votado los estadounidenses.

Autora de novelas como Nadie me verá llorar y La muerte me da, ambas publicadas en Tusquets, y también de numerosos ensayos y cinco libros de poesía, Rivera Garza está en España para presentar Había mucha neblina o humo o no sé qué (Random House), búsqueda o persecución de Juan Rulfo (de cuyo nacimiento se celebran este 2017 cien años) a través de los trabajos que ejerció mientras no escribía. Cuando le preguntaban por qué había dejado de escribir, Rulfo, famosamente, contestaba: «Lo que pasa es que yo trabajo». Esa cara de su existencia es la que ha explorado Rivera Garza en un libro híbrido, sin clasificación genérica posible, que mezcla la investigación académica, la crónica, el cuento, el ensayo y hasta el experimento visual.

Arranca con una cita de Piglia, que decía que «la verdadera historia de la literatura se escondía en los reportes de trabajo de los escritores». ¿Ha llegado usted a la misma conclusión?

Me pasa mucho con Piglia que hay cosas sobre las que vengo reflexionando y de repente le leo a él la solución expresada de manera sencilla y exacta. Me di cuenta de que esa cita resumía lo que yo venía pensando sobre Rulfo. Y sí: creo que hay una historia de la literatura que surge de la relación entre la producción de la vida y la producción de la obra.

¿No vale sólo con el texto?

Yo sospecho de las interpretaciones que se limitan al texto literario. Aunque también sospecho de los que ven una relación directa entre ciertas posiciones identitarias o sociales y un tipo de literatura. Creo que las cosas no son tan directas ni tan simples. Eso no quiere decir que buscar vasos comunicantes no me parezca lo más interesante que uno puede hacer cuando lee.

¿Sospechaba antes de investigar la vida laboral de Rulfo que esta iba a ser tan importante para entender su obra, o para entenderlo como artista?

Yo, como muchos en México, leí a Rulfo siendo muy pequeña. Me quedé en shock. Pero esa idea de que en Rulfo hay algo difícil de normalizar se generó con el tiempo. Me interesaba poco el Rulfo que nos habían enseñado: el autor rural. Algo de eso hay, sólo es necesario leer sus textos, pero si ponemos lo que escribió en relación con su vida, nos damos cuenta de que hay mucho más: un autor que vive un momento crucial en México, que vive en pleno proceso de emigración del campo a la ciudad, que sufre y goza la Ciudad de México, que es un explorador urbano. A nosotros nos contaron que todos sus personajes eran reflejo del poder incuestionable del cacique, y claro que hay ejemplos en Pedro Páramo que permiten esa lectura, pero también hay cosas que te obligan a cuestionarla.

Su admiración por Rulfo, ¿en qué se ha convertido después de la investigación?

Uno va armando con los libros, como con las personas, relaciones más o menos estables. Hay pasajes del libro que fueron complicados para mí. La idea de que Rulfo participó en el desalojo de comunidades indígenas para construir la presa Miguel Alemán, por ejemplo. Ahí existe un dilema que no es estético, sino político. Pero no hay por eso que dejar de leer a Rulfo. Me quedo con la impresión de que Rulfo es alguien que ve lo que está pasando en México y que puede apreciar ciertos elementos positivos de este momento modernizador, pero al que nunca se le olvida el costo que supone.

Sobre lo que él pensaba entonces acerca de la transformación de México, ¿sólo nos queda especular? ¿Cómo vivió Rulfo la paradoja de ser «el gran autor del campo mexicano» y a la vez uno de los colaboradores en su destrucción?

Podemos especular, sí, pero también podemos regresar al lugar de los hechos y ver el presente. Y eso nos obligar a enfrentarnos a dilemas muy semejantes. Yo quería ver en qué se había convertido todo aquello, quería cansarme, quería sudar, quería que se me fuera la respiración y quería hablar con la gente. Porque el dilema es fuerte y está irresuelto.

Hay un momento del libro en el que dice que el dilema de Rulfo fue de alguna manera el dilema de todo un país. ¿Tanto es así?

Sí, y podemos ensancharlo aún más: es el proceso por el que pasa Latinoamérica a mediados del siglo XX. Toda esa urbanización, esa emigración del campo a la ciudad, esa creciente globalización, que desemboca en una etapa muy dañina que tiene que ver con el tratado de libre comercio y con toda la desestructuración del campo mexicano. Es un proceso cuyas consecuencias, fatídicas, aún vivimos hoy. Muchas veces, recorriendo los lugares de este libro, dudé del sentido de escribirlo, dudé de si tenía derecho a hacer literatura mientras el país se rompía en pedazos. Pero después me di cuenta de que el libro no es sobre Rulfo, sino a través de Rulfo, y sirve para interrogar un territorio que ha sido destruido por fuerzas económicas que se desatan a mediados del siglo XX y después se asumen.

¿Por qué Rulfo no escribió más? ¿Fue sólo, como sugiere en el libro, porque encontró otros medios de expresión?

El error está en hacer la pregunta desde la literatura, como si la literatura fuera un hecho autónomo; si lo planteamos así, el silencio de Rulfo nos va a resultar siempre enigmático. En una ocasión hablé con un alemán en Oaxaca que conocía a Rulfo como fotógrafo y se llevó una gran sorpresa cuando se enteró de que también escribía. Me pregunté cómo sería ver a Rulfo desde esa perspectiva. Creo que si viéramos a Rulfo como un artista interdisciplinario, como alguien que busca distintos soportes, es decir, si nos fijáramos en aquello que sí hizo, nos parecería menos sorprendente que dejase de escribir. Su papel de editor de textos de antropología tiene mucha importancia, por ejemplo.

No conoció a Rulfo. ¿Existiría este libro de haber tenido relación con él?

Sería distinto, sin duda. Mi relación con Rulfo se basa en la lectura. Considero afortunado no haberlo conocido, aunque me hubiera gustado, y por la misma razón traté de no tener relación ni con la familia ni con la fundación.

¿En qué momento entendió que no podía escribir una biografía al uso?

No habría podido escribir una biografía, pues eso exige una relación muy jerárquica con el biografiado. Me interesaba una relación de igual a igual.

¿Planeó desde el principio respetar las fuentes como un académico y sin embargo dejarse llevar en lo estilístico?

Todas las decisiones del libro tienen que ver con las relaciones mías con Rulfo, que son porosas, derivativas. Quería que el aspecto documental y de registro e investigación estuviera bien asentado, y ahí fui la historiadora, pero también quería dar cuenta de lo que la literatura puede hacer, y eso no puede hacerse de otra forma que con el estilo.

¿Qué hace que Juan Rulfo nos siga interpelando hoy?

Rulfo es un autor muy experimental, muy apegado a ciertas materialidades ineludibles. Es uno de los argumentos centrales del libro. Cuando él decía «a mí no me interesa la moraleja», en realidad quiere decir que él no utiliza la literatura como representativa de nada. Hay una urgencia en Rulfo que no pasa por el filtro principista, ideológico, sino que trabaja con materiales mucho más íntimos y mucho más peligrosos, y eso sigue siendo relevante.


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